Pocos despropósitos políticos mayores que el que está a punto de cometer Movimiento Ciudadano. Un partido siempre ha sido contradictorio, pero que durante los últimos años pareció reinventarse como una opción capaz de atraer el voto joven, con una propuesta socialdemócrata en construcción, defensora de causas de la sociedad civil, que por momentos pareció emerger como la opción de izquierda democrática, antimilitarista y constitucionalista, capaz de llenar el vació existente en ese flanco en la política mexicana, ahora parece decidido a hundirse con una candidatura absurda, para usar el lapidario término que ayer le endilgó el gobernador Enrique Alfaro.

La historia de Movimiento Ciudadano ha sido peculiar entre los partidos políticos mexicanos. Heredero de Convergencia Democrática, un partido que logró el registro para las elecciones de 2000, pero que lo consolidó gracias a la coalición que estableció con el PRD, pues la legislación de 1996 permitía que se atribuyeran porcentajes de votación por convenio a los coaligados que participaban bajo la misma sigla y el mismo emblema, no como ahora, cuando cada partido tiene que conseguir sus propios votos aunque participe de una alianza electoral, Movimiento Ciudadano logro construir en los últimos años  dos importantes polos electorales en dos de los estados más importantes del país, Jalisco y Nuevo León, al grado de conquistar el gobierno de ambas entidades, pero también ha sido competitivo, aunque de manera efímera, en Campeche o Durango. En Ciudad de México se abrió a candidaturas novedosas, con causas progresistas y tenía posibilidades de crecer.

En las elecciones de hace seis años, Movimiento Ciudadano logró varios escaños en el Senado por la vía mayoritaria o por primera minoría y, además, llevó a una figura notable de la política mexicana, por su integridad, sus causas y su congruencia ­–Patricia Mercado– en su lista de representación proporcional para la cámara alta. Así, tuvo una bancada senatorial que fue clave durante las dos últimas legislaturas para detener algunos de los peores despropósitos de reforma constitucional impulsados por el Presidente de la República, aunque también participó en retrocesos graves, como la contrarreforma educativa.

También las diputadas y diputados de Movimiento Ciudadano han tenido un papel digno. Entre 2018 y 2021 Martha Tagle fue un ejemplo de legisladora comprometida y, junto con otros integrantes de la fracción parlamentaria, dio batallas notables en un entorno marcado por la aplastante mayoría de la coalición gobiernista. En esta última legislatura, Salomón Chertorivski ha sido un auténtico parlamentario que debate con argumentos.

Sin embargo, en buena parte del país Movimiento Ciudadano sigue siendo el pequeño partido clientelista de allegados a su propietario, Dante Delgado, personaje peculiar que ha sabido navegar contra la marea en las procelosas aguas de la política mexicana. Un viejo priista caído en desgracia que usó las redes de reciprocidad construidas a lo largo de su carrera, incluido su paso por el gobierno de Veracruz como sustituto del inefable Fernando Gutiérrez Barrios, para hacerse con un partido político propio, gracias a las reglas proteccionistas de la legislación electoral que favorecen a los partidos de clientelas por encima de las organizaciones construidas en torno a un programa.

El partido de Dante Delgado, pues a final de cuentas no es sino un instrumento personal, ha sido una excepción en un entorno dominado por las tres fuerzas que pactaron la democratización en 1996 y, desde 2015, cada vez más hegemonizado por esa coalición atrapa­–todo que es MORENA, nacida de una gran escisión del PRD, pero cada vez más se nutrida de la descomposición del viejo PRI. Dante siempre ha tenido su propio juego y se ha aliado con tirios y troyanos para garantizar su supervivencia. Por las filas de las distintas versiones del partido de Delgado han pasado políticas y políticos de toda laya, como Layda Sansores o Gertz Manero, solo para mencionar dos de los más despreciables integrantes de la actual coalición de poder. En sus bancadas legislativas ha habido exgobernadores, ex funcionarios de los gobiernos priistas finiseculares y todo aquel que, a los ojos de Delgado, pudiera servirle para mantener a flote su amorfo partido, que ha cambiado varias veces de nombre, aunque ha mantenido el color naranja y una u otra forma de ominosa águila nacionalista en su emblema.

En 2000, después de que a pesar de la buena campaña que hicimos en Democracia Social y lo llamativa que resultó la candidatura de Gilberto Rincón Gallardo a la Presidencia de la República nos quedamos a tres centésimas porcentuales de consolidar el registro y entrar al Congreso, Dante Delgado nos ofreció a quienes habíamos impulsado aquel proyecto de renovación de la izquierda mexicana que nos uniéramos a él, que Rincón presidiera el partido y que Convergencia se convirtiera en Convergencia Socialdemócrata. Tuvimos varias reuniones, pero finalmente decidimos intentar de nuevo nuestra propia vía. Yo fui de los principales opositores a que le entregáramos a Delgado lo que nos quedaba de capital político. Fui muy criticado y algunos compañeros decidieron aceptar el ofrecimiento. En los últimos años, cuando vi que Movimiento Ciudadano parecía dispuesto a convertirse en un partido socialdemócrata llegué a pensar que hace dos décadas nos habíamos equivocado.

Sin embargo, ahora queda claro que toda la alharaca socialdemócrata, que todas las declaraciones y todos los documentos no han sido más que una simulación, porque para ser un partido socialdemócrata, lo primero es ser demócrata y Movimiento Ciudadano es un partido con dueño, donde Dante sigue siendo el gran elector.

En las elecciones de 2021, desde la alianza del PRI, el PAN y el PRD se acusó a Movimiento Ciudadano de esquirol. Yo defendí entonces la apuesta del partido de ir solo, porque consideré que con su agenda podía plantear temas ausentes de las campañas polarizadas por los dos bloques mayores. Creo que entonces la jugada fue correcta. Ahora, de nuevo, han abundado quienes han dicho que la intención de Delgado es debilitar a la oposición. La fallida candidatura de Samuel García sí me pareció una jugada que beneficiaba a la candidatura oficialista, porque creo que la oportunidad de MC estaba en atraer el voto de quienes en 2018 apoyaron a López Obrador, pero que ahora son críticos de su desastrada gestión y su conservadurismo militarista. Cuando no hubo entendimiento con Marcelo Ebrard, pensé que MC podía apostar a una candidatura sólida. Mi preferida era Patricia Mercado, pero también estaba ahí Indira Kempis, que fue maltratada o Mauricio Merino, intelectual que ha colaborado con el proyecto.  Pues nada, que Dante ha salido con su domingo siete y todo parece que el candidato será el irrelevante y muy limitado Jorge Álvarez Máynez, que no le quitará ni un voto a Xóchitl Gálvez, pero tampoco a Claudia Sheinbaum. Vaya ridículo.

Fuente: Sin Embargo

Tomado de RED POR LA RENDICIÓN DE CUENTAS