Por Tomás López González/
La política es una condena a la pobreza si no se entiende que es donde habita la mentira, la ignorancia y que si se prolonga se caerá en la locura incontrolable.
Porque en el poder reside la persuasión y la verdad ausente, ¡esta no es la condena!, es por si suya la desgracia que se descarna ante la revisión histórica de los hechos que son irreversibles y lo peor ciegos (los del poder) ante una realidad que los exhibe, pero el político no se da cuenta porque padece una egolatría aguda, síntoma que evalúa el psiquiatra.
Estando en las cumbres del poder, ¿Quién se atreve a decirle que va caminando desnudo al político?, ¡Pocos se atreven!, y los que lo hacen son acribillados por sus soldados civiles, fieles a ciegas, sin entender sus efectos, solo la defensa a ultranza contra quien sea o se atreva a cuestionar. Sería hermoso encontrar en el delirio del poder la belleza de la realidad, pero, cuando es mucho pedir al avasallador, entonces guardamos nuestros versos y filosofía para mejor momento.
La versión nuestra no es condena, es posición inquebrantable, con versos que guardan en prosa con ritmo y quiebres que esquivan los golpes electrónicos lanzados al viento y que a veces dan en la dirección destinada, solo extrañeza, que nos revive y nos permite seguir teniendo viva nuestra capacidad de asombro.
Ya que todo poder siempre ha estado bañado de sangre desde que la humanidad existe … ¡De parte del poder esa ha sido la justificación mas no el argumento!
Lo que queremos en esa locura del poder se cohabite con la belleza y la sensibilidad del ser humano benévolo, que esperamos aún este presente en el poderoso.
Creo no se ha encontrado con esa controlada locura y esperamos que cuando sea posible, ser permeado por la necesidad de la cordura y la certeza de la justicia, que como jefe de estado es el objetivo, su función y encomienda, sin hacer cortes clasistas de la población en general. Tengamos la certidumbre de que la política es una actividad donde el tribuno baje del escenario con la confianza de la misión cumplida: haber tomado la decisión en beneficio de toda la población y no solo para una parte de esta que es tomada como rehén y estructura electoral para perpetuarse en el poder, con todas las ventajas. Porque entonces él o la que venga seguirá haciendo trizas de la figura del jefe de estado, viviendo de la desgracia moral de la ciudadanía y del pueblo en general.
Estar en el poder o ser el poder no es ser profeta de los indefensos, de los pobres, de los tímidos y menesterosos, es ser realmente la Esperanza para que no siga corriendo tanta sangre innecesaria, que lastima.
¡Que se deje de ser el administrador, por omisión, del temor al poderoso y del miedo a la muerte!
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